La ruta hacia la Balsa Salada comienza en el azud del Ebro, punto de partida de un recorrido tan variado como sugerente. Hay que desviarse unos cien metros del camino principal para visitar esta pequeña laguna, que hoy rebosa vida gracias a las impetuosas y continuas zambullidas de varias fochas, dueñas temporales de sus aguas. Con una extensión aproximada de una hectárea, la balsa se ofrece como un verdadero oasis en medio del paisaje árido que la rodea.
El itinerario completo abarca unos sesenta kilómetros, jalonados por constantes subidas y bajadas que, sin embargo, no acumulan un gran desnivel. Se divide en dos partes claramente diferenciadas: la baja, donde predomina la vegetación ribereña y los galachos que acompañan al río; y la alta, donde los Montes Blancos anuncian la llegada al áspero y fascinante territorio de los Monegros.
A lo largo del recorrido, se suceden cuatro tramos de gran interés medioambiental: el Soto de Cantalobos, la Reserva Natural de los Galachos de Pastriz, el entorno de La Alfranca, y por último, los propios Montes Blancos, que nos introducen en un paisaje tan inhóspito como atrayente. Una travesía que combina agua y sequedad, frescura vegetal y desierto, y que invita a descubrir la diversidad inesperada de esta tierra.
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